Santiago Carrillo, el histórico dirigente comunista español, falleció ayer en Madrid, a los 97 años de edad. En realidad, su carrera política, lo más interesante de su persona, había acabado a finales de los años ochenta, y casi como comenzara medio siglo atrás: en el PSOE. Aunque Carrillo no tuvo nunca el carnet del partido socialista sí recomendó a sus últimos seguidores, agrupados en el Partido de los Trabajadores de España (PTE), que entraran en el PSOE, lo que hizo la mayoría de ellos.
Cincuenta años antes, en 1936, Santiago Carrillo era el secretario general de las Juventudes Socialistas (JJSS), y pactó con las Juventudes Comunistas de España (JCE) que lideraba Fernando Claudín la unión orgánica en una sola organización, las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU). La vida, esa bromista, quiso que el entonces joven socialista Santiago Carrillo se convirtiera más tarde y por 25 años en el máximo dirigente del Partido Comunista Español (PCE), en tanto que Fernando Claudín -el único intelectual español del siglo XX que merece el calificativo de marxista- tras ser expulsado por Carrillo del PCE llegaría a ser el presidente de la Fundación Pablo Iglesias, la fábrica de pensamiento del PSOE, en los años setenta y ochenta.
Antes de eso, mucho antes, Carrillo había saltado del anonimato a la fama con todas las de la ley. Como miembro del Comité de Unidad entre socialistas y comunistas en el verano de 1936 (¡en representación de los socialistas!) se convirtió en el mejor informador para el PCE sobre las interioridades de la negociación en el seno de las organizaciones socialistas. Quizá como premio, a los 21 años es nombrado responsable de la Consejería de Orden Público en la Junta de Defensa de Madrid, que preside el general Miaja tras la huida del Gobierno a Valencia. En la Consejería hace un buen trabajo, organizado en dos direcciones: recuperar el control de la calle arrebatándoselo a las bandas de pseudorrevolucionarios, y la demolición de los grupos de fascistas emboscados que practican el terrorismo urbano en la ciudad sitiada.
Durante la Guerra Civil el PCE deja de ser un grupúsculo residual, desconectado de la realidad e infantilmente ultrarrevolucionario, para convertirse en el gran partido de las clases medias republicanas. El PCE hace suya una inteligente y oportunista política antirrevolucionaria que ofrece seguridad y protección frente a la experiencia revolucionaria protagonizada por anarquistas y socialistas caballeristas. Pequeños propietarios agrícolas, industriales, comerciantes, maestros, oficiales del Ejército Popular... se apresuran a tomar el carnet comunista atraídos por la capacidad de organización y disciplina que despliega el partido. Loa afiliados de organizaciones burguesas republicanas, caso de Izquierda Republicana, se pasan en masa al PCE. Algunos de los dirigentes comunistas del momento y de años posteriores provienen incluso de la más alta aristocracia española: es el caso del general Hidalgo de Cisneros y también del futuro escritor Jorge Semprún.
Perdida la guerra y ya en el exilio, Santiago Carrillo se instala en la URSS junto con toda la dirección del PCE, amorosamente reunida bajo la sombra maternal de Dolores Ibárruri, Pasionaria, verdadera Mamá Grande del comunismo español a lo largo de su historia. En plena Guerra Mundial, en la ciudad de Tiflis, José Díaz, el panadero sevillano ex anarquista que teóricamente ejercía como secretario general, excelente persona pero de muy escasas luces, decide un día tirarse por la ventana como modo de acabar con el sufrimiento que le producía un supuesto cáncer de estómago que le martirizaba. Al menos esa fue la versión oficial de la época, a pesar de resultar una manera harto dolorosa de suicidarse con lo fácil que le hubiera resultado a Díaz pegarse un tiro. ¿Se cayó por la ventana o lo tiraron? En la URSS de Stalin todo era posible, especialmente lo más siniestro.
Pasionaria se convierte así en secretario general, cargo en el que la sucederá Carrillo en 1960. Por en medio, una cadena de fracasos, las llamadas Huelgas Nacionales Pacíficas. El régimen franquista recrudece la represión, y el PCE, cada vez más aislado ante una oposición variopinta que maniobra sin cesar incluso acercándose a entornos monárquicos, relanza las viejas políticas de acercamiento a los sectores emergentes de las clases trabajadoras y medias. Ibárruri es cada vez más un icono público, y una prisionera real de Carrillo. Finalmente, con Santiago Carrillo ya en la secretaría general, la llamada política de Reconciliación Nacional llenará las filas del PCE de jóvenes de clase media-alta hijos de los vencedores de la Guerra de España. Desagradable sorpresa para el régimen del general Franco, que saludará el encumbramiento de Santiago Carrillo difamándole, al poner en circulación la especie de que fue Carrillo el responsable de la matanza de Paracuellos,
una pamema que venía a engrosar la nómina de mentiras propagandísticas fascistas, junto al famoso oro de Moscú que Negrín habría regalado a Stalin y la
Gernika incendiada por los rojos vascos.
El PCE es en esos años cada vez más un partido de amplio espectro en el que la ideología comunista es motivo de pugna interna, pero cada vez menos, guía de los posicionamientos del partido. Sucesivas purgas lo irán vaciando, dando lugar a una miríada de partidos y grupúsculos que reclaman la autenticidad comunista a través de las más diversas advocaciones del sagrado marxismo-leninismo, especialmente las múltiples tribus del maoísmo y el trostkysmo. La expulsión del PCE de Claudín y Semprún y la salida de Solé Tura y otros valiosos dirigentes, dejará a Carrillo sin oposición interna de calidad.
En 1968, con Carrillo en el cénit de su poder orgánico en el PCE, se produce la Primavera de Praga y la subsiguiente invasión de Checoslovaquia por las tropas de la URSS y sus satélites del Pacto de Varsovia, con el plácet obvio de los EEUU y la OTAN. Las protestas son mundiales, pero sobre todo en Europa amenazan con derrumbar por dentro los partidos comunistas occidentales. A partir de la distorsión de las propuestas de Dubcek y del llamado "socialismo de rostro humano" checo (antibolchevique, consejista y en definitiva, luxemburguista), los comunistas italianos encabezados por Enrico Berlinguer lanzan la idea de que es posible la revolución comunista por medios pacíficos y que esta se produzca de manera democrática y ordenada en el seno de las democracias formales occidentales. A la propuesta del PCI, que unos años después llamarán "eurocomunismo", se sumarán dos viejos estalinistas, el francés George Marchais y Santiago Carrillo. En definitiva, el eurocomunismo proponía la socialdemocratización de los partidos comunistas, lo cual en aquel momento parecía una buena idea a la que solo se le podía poner una objeción práctica: el espacio socialdemócrata ya estaba ocupado por los partidos socialistas, en giro hacia la derecha desde los años cincuenta.
Tras la muerte de Franco, Carrillo regresa a España, y mano a mano con Adolfo Suárez, un oscuro funcionario franquista, conduce una Transición que evitó la ruptura democrática, con el PSOE de convidado de piedra y a remolque en asuntos de tanta trascendencia futura como los Pactos de la Moncloa y la confección de la Constitución de 1978. Los dirigentes comunistas confían en que los años de lucha y el carácter reformista del PCE les darán la primacía política y parlamentaria en la izquierda en cuanto comience el ciclo electoral democrático. No fue así. Fue el PSOE renovado, conducido por un grupo de jóvenes del interior -"los sevillanos"- quienes tras hacerse con el partido desplazando a la vieja dirigencia del exilio, se alzaron con el santo y la limosna en la disputa por el espacio electoral de la izquierda, probablemente porque la combinación de juventud de los "sevillanos" y veteranía de las siglas PSOE ofrecieron más garantías al votante de izquierdas español, y también porque los socialistas se hicieron con todo el voto de los antiguos anarquistas -profundamente anticomunistas-, fundamental entonces en Catalunya y Andalucía, fidelizándolo en buena parte en sucesivas consultas electorales (un día habrá que explicar este hecho clamoroso, silenciado hasta ahora).
En 1982 el PSOE vence en las elecciones generales por mayoría absoluta, y el PCE solo logra 4 escaños, quedando al borde de la desaparición. Carrillo resiste en la secretaría general tres años más, y finalmente él y sus últimos fieles son expulsados del partido al que ha dedicado toda su vida. Funda entonces el PTE como decía al principio, y tras el fracaso de esta fuerza se reconcilia a medias con el PSOE y, una vez alejado de la militancia directa, se convierte en excelente periodista y agudo observador, cultivando al mismo tiempo de modo consciente una imagen de abuelo bonachón y tertuliano tolerante. Escribe algunos libros incluidas unas Memorias en las que no cuenta nada, y firma inteligentes artículos en el diario El País. Uno a uno ve morir a todos sus viejos amigos y enemigos, y resistente hasta el fin, se va constriñendo poco a poco al espacio familiar sin dejar de escudriñar la actualidad y opinar sobre ella y las corrientes profundas que la surcan. Así hasta el desenlace final.
Santiago Carrillo siempre se consideró comunista, aunque se supone que había dejado de ser bolchevique durante su estancia en la URSS. Por cierto, solía decir que él y el resto de dirgentes del PCE se enteraron de "los crímenes de Stalin" gracias a Kruschev y su "denuncia" de aquel régimen demencial ante el Politburó, años después de muerto el dictador soviético obviamente; y es que Santiago era un pillo como pocos. En realidad, y como opinaban muchos adversarios suyos en el que fuera su partido, creo que Carrillo nunca fue comunista. Hay coherencia evidente entre el PCE contrario a la revolución en 1936-1936, la política de Reconciliación Nacional (dirigida a integrar las fuerzas emergentes y a los disidentes del propio régimen franquista) y su actuación durante la Transición, en la que fue puntal en la consolidación de la Monarquía juancarlista y la democracia formal de corte occidental. Detrás de ese hilo conductor claramente socialdemócrata, estuvo siempre Santiago Carrillo. Ese y no otro fue además el origen de su pugna histórica con el PSOE, al que intentaba arrebatar su espacio, su programa y su clientela histórica de extracción no obrera; también, de su reconocimiento final de que fuera del partido socialista español ya no había espacio político para nadie de izquierdas con ambición de gobernar.
Que la tierra le sea leve a Santiago. Con todos sus aciertos y sus errores, fue uno de los nuestros.
En la fotografía que ilustra el post, Santiago Carrillo en los años de la Junta Democrática, en los inicios de la Transición a la Democracia española.
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