En la fotografía que encabeza el post, tomada en Madrid, el pasado 25 de septiembre, un hombre sin miedo se enfrenta a una máquina desconcertada. El hombre es el propietario de la cafetería situada en Paseo del Prado, 16. Le vemos plantado en la puerta de su establecimiento haciendo valer el derecho de admisión en su local, asegurándole con firmeza al robocop fuera de control que bufa ante él que las personas que hay dentro son clientes suyos, y que él -la máquina descontrolada- tiene prohibida la entrada a su cafetería.
Llegará el día en el que este hombre tendrá un monumento en Madrid. Fue el primero que dijo "NO". Y eso merece un reconocimiento en forma de homenaje público.
Ahí le tienen: firme, sereno, con los brazos cruzados en la espalda: "no vas a golpear a nadie más aquí, porque no te permito entrar en mi local", le espetó al sayón. La foto también podría titularse El Ciudadano y la Bestia. Es obvio quién es uno y quién el otro. Lo maravilloso del caso es que ante semejante despliegue de coraje protagonizado por un hombre solo, de cierta edad y aspecto corriente, la Bestia acorazada se metió el rabo entre las piernas y dio media vuelta. Le entró miedo, es natural.
Mucha gente hace cola hoy en ese lugar para agradecer al ciudadano corajudo su gesto cívico. Recuerdo esa cafetería porque en mi última visita a Madrid, hace unos meses, desayuné una mañana allí. Me llamó la atención la cordialidad de camareros y clientes habituales, y cómo la persona que parecía el dueño atendía cariñosamente a una niña mulata que entró con su madre a desayunar; quiero decir que el gesto de la foto no es casual ni fruto de un momento caliente, sino algo salido de muy dentro.
Si ven a este señor, no olviden darle un abrazo de mi parte.
Votante del PP, por cierto...
ResponderEliminarPues sí, eso dicen. Yo que los señores del PP empezaría a preocuparme muy seriamente: si algunos de sus votantes comienzan a plantar cara de esa manera, es que esto se les ha ido de las manos definitivamente.
ResponderEliminarEs que fue una jodida carnicería lo que pasó el martes en mi pueblo, en el Paseo del Prado y en la estación de Atocha, que no ha salido mucho, pero pudo pasar algo muy grave por la encerrona que prepararon a la gente entre unos y otros.
ResponderEliminarA este hombre, Alberto se llama, hay que reconocerle unas narices considerables, porque plantar cara así a éstos requiere de una gran serenidad y presencia de ánimo (dicho finamente...) y me comprometo a ir allí y darle un abrazo en tu nombre.
Si siguen jugando con fuego cualquier día de estos va a haber un muerto, y entonces sí que se habrá acabado la paciencia de la gente.
ResponderEliminarA veces da la sensación de que desde el Gobierno y aledaños están buscando precisamente eso: provocar una situación sin vuelta atrás.
Gracias, Marta.