La reciente muerte del historiador Julio Aróstegui, solo unos días después de que haya salido a la venta su monumental biografía de Francisco Largo Caballero, tiñe de luto una ciencia que en los últimos años se está quedando huérfana de aquella legión de jóvenes entusiastas que floreció en los años setenta y que entonces nos parecía inacabable por el número de sus integrantes, todos historiadores de prestigio y en su mayoría de formación izquierdista, profesionales que abordaron la tarea de explicar la Historia de España, sobre todo la contemporánea, ofreciendo nuevas y más acordes perspectivas e interpretaciones de acuerdo a la realidad de los hechos, los testimonios de los testigos anteriormente silenciados y la ingente documentación que se ha ido exhumando una vez desaparecido el régimen fascista español.
Julio Aróstegui era andaluz, de Granada, aunque nunca se sintió limitado por sus orígenes en cuanto a los campos que atrajeron su atención como investigador: el carlismo, el movimiento obrero y la Guerra de España son los tres ejes sobre los que fue construyendo su obra y su magisterio, interrumpidos ahora cuando todavía cabía razonablemente esperar de él años de fructífero trabajo.
A finales de los setenta y primeros ochenta del pasado siglo, Julio Aróstegui colaboró con asiduidad en Historia 16, una revista mensual que fue un fenómeno divulgativo de la ciencia histórica, un espacio en el que Juan Tomás de Salas dio oportunidades a ese ramillete formado por quienes eran entonces jóvenes historiadores que justo comenzaban su tarea, conectándolos con un público culto y amplio que les hemos seguido siendo fieles a lo largo de estas décadas, leyendo libros que estaban ya esbozados en aquellos artículos. Además de Aróstegui, en Historia 16 estaban los Julio Valdeón, Ángel Viñas y tantos otros, junto a maestros que acumulaban entonces un largo recorrido a sus espaldas, como Manuel Tuñón de Lara, por ejemplo.
En la que ha sido su última obra, Julio Aróstegui se empeñó en darnos la dimensión entera no ya de un hombre sino de toda una época, la que vivió como uno de sus proncipales artífices Francisco Largo Caballero. Obrero estuquista, activo sindicalista, mediocre dirigente político, el mejor ministro de Trabajo que jamás ha tenido España y acaso uno de sus peores presidentes de Gobierno, Largo Caballero, al que apresuradamente sus partidarios en el PSOE y la UGT llamaron "El Lenin español", fue un personaje singular. Hombre de escasa formación académica, todo lo aprendió en la lucha por los derechos de los trabajadores. Condujo la UGT, el sindicato socialista, con habilidad y eficacia, pero se enredó con demasiada frecuencia en las luchas internas por el control del partido, en el que representó a la corriente sindicalista y más próxima a los anarquistas. Enfrentado con los comunistas de los años treinta a causa del sectarismo y la incapacidad de estos para conectar con los problemas reales del movimiento obrero, fue uno de los referentes de una Revolución a la española que nunca llegó, quizá porque Largo Caballero, que en julio de 1936 tuvo todo el poder en sus manos, no supo luego que hacer con él.
Antes, Largo Caballero había sido un extraordinario ministro de Trabajo en el gabinete republicano-socialista inaugurado en 1931, que en poco más de dos años desarrolló una tarea descomunal en cuanto a problemas encarados y resultados obtenidos. La guerra le alcanzó a Largo viejo, enfermo y desorientado, y la pérdida de un hijo, asesinado por los franquistas en los primeros días de la rebelión militar, seguramente no hizo sino acentuar su retraimiento y desconexión de la realidad. Los Hechos de Mayo en Barcelona le dieron la puntilla, al no querer plegarse a la represión contra la CNT, como exigían los comunistas. El caballerismo se esfumó en el partido, que pasó a ser controlado por los negrinistas, y la UGT se escindió de hecho entre sus partidarios y los sectores centristas y procomunistas. Con la derrota y el exilio se inició la última etapa de su vida, que aún había de llevarle a un campo de concentración nazi al que sobrevivió milagrosamente, si bien falleció poco tiempo después de ser liberado.
Largo Caballero es hoy un referente mítico para el socialismo español y en general para la izquierda histórica. Seguramente su figura carece de interés para las gentes que llegan al partido con el cargo ya concertado antes de tener el carnet. Pero precisamente por eso, Largo, con sus aciertos y sus errores, sus virtudes y sus insuficiencias, sigue encarnando lo mejor del espíritu de un dirigente obrero de aquellos tiempos, en los que a nadie se le hubiera ocurrido contratar como director de la factoría de pensamiento del PSOE a un fulano que propone el despido de trabajadores y la rebaja de sus salarios aunque sea en Portugal, ni desde luego celebrar congresos de la Internacional socialista en hoteles de lujo con spa y bebidas gratis.
A finales de los setenta y primeros ochenta del pasado siglo, Julio Aróstegui colaboró con asiduidad en Historia 16, una revista mensual que fue un fenómeno divulgativo de la ciencia histórica, un espacio en el que Juan Tomás de Salas dio oportunidades a ese ramillete formado por quienes eran entonces jóvenes historiadores que justo comenzaban su tarea, conectándolos con un público culto y amplio que les hemos seguido siendo fieles a lo largo de estas décadas, leyendo libros que estaban ya esbozados en aquellos artículos. Además de Aróstegui, en Historia 16 estaban los Julio Valdeón, Ángel Viñas y tantos otros, junto a maestros que acumulaban entonces un largo recorrido a sus espaldas, como Manuel Tuñón de Lara, por ejemplo.
En la que ha sido su última obra, Julio Aróstegui se empeñó en darnos la dimensión entera no ya de un hombre sino de toda una época, la que vivió como uno de sus proncipales artífices Francisco Largo Caballero. Obrero estuquista, activo sindicalista, mediocre dirigente político, el mejor ministro de Trabajo que jamás ha tenido España y acaso uno de sus peores presidentes de Gobierno, Largo Caballero, al que apresuradamente sus partidarios en el PSOE y la UGT llamaron "El Lenin español", fue un personaje singular. Hombre de escasa formación académica, todo lo aprendió en la lucha por los derechos de los trabajadores. Condujo la UGT, el sindicato socialista, con habilidad y eficacia, pero se enredó con demasiada frecuencia en las luchas internas por el control del partido, en el que representó a la corriente sindicalista y más próxima a los anarquistas. Enfrentado con los comunistas de los años treinta a causa del sectarismo y la incapacidad de estos para conectar con los problemas reales del movimiento obrero, fue uno de los referentes de una Revolución a la española que nunca llegó, quizá porque Largo Caballero, que en julio de 1936 tuvo todo el poder en sus manos, no supo luego que hacer con él.
Antes, Largo Caballero había sido un extraordinario ministro de Trabajo en el gabinete republicano-socialista inaugurado en 1931, que en poco más de dos años desarrolló una tarea descomunal en cuanto a problemas encarados y resultados obtenidos. La guerra le alcanzó a Largo viejo, enfermo y desorientado, y la pérdida de un hijo, asesinado por los franquistas en los primeros días de la rebelión militar, seguramente no hizo sino acentuar su retraimiento y desconexión de la realidad. Los Hechos de Mayo en Barcelona le dieron la puntilla, al no querer plegarse a la represión contra la CNT, como exigían los comunistas. El caballerismo se esfumó en el partido, que pasó a ser controlado por los negrinistas, y la UGT se escindió de hecho entre sus partidarios y los sectores centristas y procomunistas. Con la derrota y el exilio se inició la última etapa de su vida, que aún había de llevarle a un campo de concentración nazi al que sobrevivió milagrosamente, si bien falleció poco tiempo después de ser liberado.
Largo Caballero es hoy un referente mítico para el socialismo español y en general para la izquierda histórica. Seguramente su figura carece de interés para las gentes que llegan al partido con el cargo ya concertado antes de tener el carnet. Pero precisamente por eso, Largo, con sus aciertos y sus errores, sus virtudes y sus insuficiencias, sigue encarnando lo mejor del espíritu de un dirigente obrero de aquellos tiempos, en los que a nadie se le hubiera ocurrido contratar como director de la factoría de pensamiento del PSOE a un fulano que propone el despido de trabajadores y la rebaja de sus salarios aunque sea en Portugal, ni desde luego celebrar congresos de la Internacional socialista en hoteles de lujo con spa y bebidas gratis.
Gracias pr la información. Voy a ver si puedo hacerme con el libro.
ResponderEliminarMarian