lunes, 25 de febrero de 2013

Lecciones italianas: el Estado y la "antipolítica"


Mientras España se desbarranca entre la corrupción gubernamental y la ruina económica general sin atreverse a pedir unas elecciones generales anticipadas, Italia afronta unos comicios cruciales que determinarán su ser o no ser político y social durante la próxima década e iluminarán el futuro político de otros países de su entorno.

Fracasada a medias la tecnocracia autoritaria representada por Mario Monti, esa especie de postfascismo amable conducido por burócratas de las finanzas institucionales, se abre ahora la oportunidad del retorno de la izquierda al poder. La pregunta pertinente es qué izquierda es esta.

Para esta ocasión se ha logrado articular una propuesta única que integra prácticamente todo el arco parlamentario italiano que se reclama de "centroizquierda" e izquierda, desde los social-liberales a Refundación Comunista. Alrededor de los ex-comunistas del Partido Democrático se ha articulado una alianza que agrupa a SEL (Socialismo, Ecología y Libertad), el cien veces refundado Partido Socialista y algunas otras agrupaciones de izquierda menores.

Bien anclada como siempre en sus feudos del centro-norte y en las grandes ciudades, la izquierda italiana pelea ahora por barrer el delirio "padano" de la Liga Norte y recuperar las regiones industriales en torno a Génova, Milán y Turín, tradicionales feudos comunistas y socialistas donde en las últimas décadas se instaló una suerte de República de Saló "soberanista" conducida por Umberto Bossi y otros afamados delincuentes, que a la postre han terminado como lo que son: una banda de gánsters en estampida a poco que el Estado se ha dignado en husmear sus cuentas corrientes.

La vuelta a la política activa del inmarcesible Silvio Berlusconi no representa peligro alguno para el triunfo electoral de las izquierdas, porque el viejo pillastre está acabado política y personalmente. Otra cosa es que su imperio mediático y sus relaciones mafiosas puedan seguir dando la murga durante mucho tiempo, pero la era berlusconiana en la política italiana ha terminado.

El peligro viene de la abstención, y sobre todo del ascenso de la "antipolítica", encarnada ahora en la campaña llevada a cabo por el presunto cómico Beppe Grillo, a cuyo movimiento califica Antonio Elorza en El Pais de hoy como "anarcofascismo". El término no es muy apropiado desde el punto de vista de la ciencia política, además de resultar injusto con los verdaderos anarquistas, pero resulta muy descriptivo y por tanto, parece llamado a hacer fortuna a falta de una definición más académica. El "anarcofascismo" nace del rechazo de las clases trabajadoras y populares a la política actual y sus carriles, y sobre todo del hartazgo ciudadano ante el descaro con el que se ha solidificado el poder omnipresente, corrupto y corruptor de un estamento social nuevo, integrado por gentes que han hecho de la política primero su profesión y luego su instrumento para perpetrar toda clase de crímenes, significativamente aunque no solo de carácter económico.

La "antipolítica" ha tomado carrerilla en un momento de debilidad extrema del Estado, sometido al mayor trabajo de demolición llevado a cabo por las fuerzas reaccionarias desde el estallido de las Revoluciones Burguesas a mediados del siglo XIX. La consigna que recorre las filas de la derecha universal es jibarizar al Estado a todo coste, dejándolo reducido únicamente a las terminales represivas que garanticen la continuidad de la dominación de clase. Le tienen miedo al Estado, ese "competidor desleal" de su negocios y Leviatán que puede cambiar de bando si las circunstancias le obligan a ello; recuerden que durante la Revolución Alemana la policía de Berlín estuvo al mando de un miembro de la Liga Spartakus, o que la España de 1936 tuvo como ministro de Justicia al anarquista que dirigió la victoria popular en la calle sobre los militares sublevados en Barcelona el 19 de julio de 1936.

La izquierda política no es concebible sin un Estado por cuya conquista luchar. Su programa solo puede aplicarse desde las instancias estatales, una vez puestas sus palancas al servicio de la causa popular y en beneficio del avance social. Incluso la quimera socialdemócrata "redistribuidora" de la Guerra Fría (¿recuerdan la famosa "Economía social de mercado"?) fue posible en parte gracias a un Estado fuerte y en la medida de lo posible, penetrado por los valores de izquierdas.
 
Sin el Estado y sus instituciones se debilitan, saboteado por la corrupción y las políticas neoliberales, no habrá espacio no ya para la acción de la izquierda política sino para la simple convivencia ciudadana ordenada. La ley de la selva habrá triunfado, según el objetivo de los neocons. 
 
En 2013, por tanto, el enemigo es Grillo, no Berlusconi.
 
En la fotografía que ilustra el post, tomada de la edición de hoy del diario La Repubblica, un policía derriba en el suelo a una manifestante que protesta ante la llegada de Silvio Berlusconi a su colegio electoral. 

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