El Egipto post Mubarak continúa su difícil marcha hacia lo nuevo, que nadie sabe exactamente en qué consistirá, sin lograr despegarse de lo viejo, representado en este caso por un férreo marcaje desarollado por el Ejército, que supervisa cualquier movimiento que se produce en el tablero de la política egipcia.
La ajustada victoria de los Hermanos Musulmanes (HM) en las elecciones presidenciales merece algún comentario, aunque se trate de un hecho circunstancial. En primer lugar, HM no es una organización islamista al uso sino un movimiento social de masas con ochenta años de historia que se ha enfrentado a todos los régimenes egipcios, desde la monarquía reaccionaria colaboradora de los colonialistas británicos al cesarismo fascistoide en versión prosoviética o prooccidental de Nasser y Mubarak, respectivamente.
En segundo lugar el hombre al que HM ha dado la presidencia con sus votos no es exactamente el que ellos querían ni mucho menos un líder indiscutible del grupo sino un candidato de compromiso, acaso pactado con los militares y sobre todo un guiño a los sectores laicos. El nuevo presidente no es un clérigo ni una marioneta de los clérigos, y seguramente por ello tendrá muchos problemas con algunos sectores que le han apoyado.
En tercer lugar, las elecciones presidenciales y en general todo el proceso electoral que vive Egipto han constituido un gigantesco fraude, en el que los sectores laicos, verdaderos protagonistas de la Primavera Árabe de 2011 en general y de la Revolución iniciada en la plaza Tahrir de El Cairo en particular, han sido excluidos del reparto del poder. Militares y HM han pactado precisamente para frenar el movimiento y evitar la ola de cambios que más pronto que tarde tendrán lugar también a orillas del Nilo. La elevada abstención muestra a las claras el descontento social con el apaño urdido.
Finalmente, es cierto que cabe la posibilidad de una radicalización de los elementos religiosos, y que intenten llevar a Egipto a un modelo de Estado confesional al estilo de Irán. Más bien se diría sin embargo que su intención aparente es caminar hacia el modelo turco, al menos ese parece ser el deseo mayoritario de los sectores sociales que recondujeron la revolución, iniciada en la calle por los jóvenes egipcios a semejanza de sus hermanos tunecinos, y luego pasteleada en despachos por los actores que hoy aparecen en los telediarios. Ciertamente una "democracia cristiana" musulmana en Egipto bajo vigilancia militar tendría algunas posibilidades de consolidarse, pero por el momento no es más que un desiderátum endeble vistas las fuerzas en competencia y el profundo calado de los intereses contrapuestos.
Parece pues probable que el acceso de los HM al poder no será más que una nueva y quizá breve etapa del proceso revolucionario iniciado hace poco más de un año en Egipto. La alianza con los militares no puede durar, y de esa confrontación emergerá sin duda la oportunidad de un avance de los sectores laicos, ahora marginados. La revolución egipcia no se ha detenido, al contrario, sigue cumpliendo etapas.
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