miércoles, 17 de abril de 2013

Karl Marx y Abraham Lincoln, la extraña pareja



Hace unos años leí en alguna parte sobre la relación de Karl Marx y el presidente Abraham Lincoln. Resulta que Marx ejerció como corresponsal de guerra durante el conflicto llamado de Secesión en EEUU, período durante el cual se convirtió en firme partidario y propagador de la causa unionista y al parecer, trabó amistad con varios generales nordistas.
 
Mediante un libro de reciente aparición, "Guerra y emancipación. Lincoln-Marx", nos enteramos ahora de que Marx también tuvo un cruce epistolar aunque indirecto y limitado con el propio Lincoln, personaje por quien el pensador alemán sentía una estima tan desmedida que al parecer llegó a llamarle en un artículo suyo "el hombre que guiará la futura Revolución mundial".
 
Todo esto resulta bastante extraño y hasta un poco surrealista, y patentiza como un genio de la categoría de Karl Marx, incomparable en lo que podríamos llamar el análisis en profundidad y las estrategias a largo plazo, se maneja con lamentable ingenuidad y bisoñez en el corto plazo y los tacticismos políticos. Vamos, que la política contemporánea y el día a día no eran lo suyo. Lo que tampoco es óbice para reconocerle el mérito que tuvo entonces y ahora al apostar fuerte por la causa de los federales norteamericanos frente a los secesionistas sureños y sobre todo, frente a esa izquierda gazmoña que, entonces y ahora, considera que daba igual una causa que otra y quién venciera en aquella guerra; ya saben las dos orillas y toda esa mierda reaccionaria. Pues no era lo mismo, ni daba igual. Al margen del tipo de Estado que defendían unos y otros, lo importante era y es que los valores en presencia enfrentados a muerte son perfectamente reconocibles en el marco de la lucha eterna por la libertad, la democracia y la justicia social. No quiero decir con ello que los unionistas fueran todos unos rojos (algunos de ellos lo eran), pero sí que frente al "modelo de sociedad" reaccionario, ruralista, estancado y aristocratizante que representaban los secesionistas, a los que unía su defensa del modo de producción esclavista, Marx y pocos más supieron ver que la sociedad abierta, urbana, dinámica y de alianza entre burguesía y proletariado que encarnaban los nordistas, articulados en torno a la defensa del modo de producción capitalista emergente, representaba el progreso material e ideológico y un futuro para las masas de trabajadores inmigrantes que por decenas de miles de personas llegaban desde Europa a los puertos de Nueva Inglaterra en aquellos años dramáticos.
 
Leer este "Lincoln-Marx. Guerra y emancipación" (Ed. Capitan Swing Libros, Madrid, 2013), de Andrés de Francisco, remueve prejuicios en estos tiempos en que las tribulaciones suelen cegar a supuestos pensadores atornillados a sus pedestales de marmolillo. Entender que el propio Marx acertó en lo fundamental de aquella Segunda Revolución Norteamericana y se equivocó gozosamente en cuestiones también de cierta enjundia (como el propio perfil político de Abraham Lincoln, personaje en realidad extremadamente conservador, por decirlo de modo fino), sirve para devolver dimensión humana a un genio demasiado sacralizado por ignorantes e indocumentados en general.  

2 comentarios:

  1. ya tuve oportunidad en los 70 leer un libro sobre los articulos que el sr.marx enviaba a un diario aleman del que era corresponsal sintesis la guerra era por la libertad de esclavos porque el norte necesitaba mano de obra barata para su creciente industrializacion

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  2. En síntesis, como usted dice, se trataba del cambio de un modo de producción esclavista a otro capitalista. Una sociedad burguesa pujante en todos los órdenes barrió finalmente a otra decrépita y anclada en un pasado remoto además de imaginario. Esa fue la intuición de Marx, y en eso acertó en su apuesta por el Norte.

    Por lo demás el Norte no necesitaba a los negros como mano de obra, ya que en esos años cada semana arribaban a los puertos de la costa este decenas de miles de inmigrantes europeos. Liberar a los esclavos negros fue un arma de guerra, incorporada cuando el conflicto ya estaba en marcha: un modo efectivo de hundir la economía sureña y de provocar un grave problema de control social en la retaguardia enemiga.

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