Recibo una carta circular del presidente de Iberia en la que se avisa del "serio peligro" de desaparición que corre la antaño aerolínea de bandera española. No me extraña nada que corra ese riesgo, ya que se lo han ganado a pulso entre todos: desde el Gobierno español -propietario en otros tiempos de la empresa, a la que troceó y malvendió o regaló, según se mire-, los directivos que llevan años gestionándola con el culo especialmente a partir de la privatización de esta, y los mismos empleados como es el caso de esos pilotos -militares, por supuesto- que siguen percibiendo sueldos estratosféricos cuando la compañía hace tiempo que se fue al diablo. Hay que ir a Alitalia para encontrar un despropósito semejante.
Recuerdo que mi primer vuelo fue en Iberia, un puente aéreo Madrid-Barcelona. Un viaje iniciático, que me dejó sin aliento al aterrizar en el Prat cincuenta minutos después de haber despegado de Madrid, cuando el viaje en tren a la capital una semana antes había durado ocho horas. En aquellos tiempos la gente viajaba en avión con traje y corbata, y yo con mis tejanos y mis zapatillas deportivas me sentí casi como un intruso que se hubiera colado en un palacio.
Luego vino la democratización de los viajes, y sobre todo de los vuelos. Fue en la época de los gobiernos de Felipe González, en aquellos añorados años ochenta. Iberia tenía un prestigio internacional y se había vuelto asequible para la mayoría de los españoles. Después, a finales de los noventa y ya en el nuevo siglo, la privatización parcial de la compañía y la maximización de beneficios al coste no económico que fuera, convirtió a Iberia en una caricatura de sí misma. El remate llegó cuando el mamarracho de José María Aznar se comprometió con Tony Blair a regalar Iberia a British Airways, lo que sorprendentemente ejecutó el pusilánime de Zapatero cuando le llegó la vez de gobernar o lo que fuera que hiciera desde la Moncloa.
Ahora los sindicatos de Iberia denuncian que British Airways blanquea sus ruinosas cuentas de resultados traspasando a ellas activos de Iberia como si fueran "beneficios" obtenidos por la compañía de bandera británica. Es decir, estamos ante un saqueo en toda regla según el burdo modelo implantado por Díaz Ferran, el "amiguito del alma" a quien Aznar regalara Aerolíneas Argentinas por un euro, un tipo que intentó hacer almoneda hasta del mobiliario de oficina de la compañía argentina.
Antes de eso llegó la decadencia irremediable de Iberia, seguramente buscada a conciencia porque tanta incompetencia en la gestión por parte de ejecutivos que pavonean de másters anglosajones no puede ser cierta. O sí, y además de unos estafadores son todos una partida de inútiles, como la mayoría de sus congéneres de la empresa o las finanzas en este país que algunos llaman Estado. Imaginen ustedes por ejemplo, que los puntos acumulados en una vuelta al mundo realizada en aviones de Iberia y de la alianza de compañías de la que forma parte, ni siquiera me permitieron hacer gratis un trajecto de ida Barcelona-Madrid. Con semejante nivel de servicio, somos muchos los que huimos de Iberia como de las compañías de vuelos-basura. Les aseguro que no hay ruta internacional cubierta por Iberia que no se pueda hacer en Air France o Lufthansa, compañías en las que se obtiene mayor eficiencia y comodidad y un mejor trato humano que en esta especie de Easy"Jeta" con los colores borbónicos en el lomo de sus aeronaves en que se ha convertido Iberia.
Una anécdota relativa a ese viaje de vuelta al mundo al que me refería antes, que hice en 2007. El primer vuelo fue un Barcelona-Madrid, cuya duración aproximada es de cincuenta minutos, en el que el avión despegó con tres cuartos de hora de retraso. El penúltimo vuelo del viaje fue un Hong Kong-Amsterdam que dura once horas y media, en el que el avión llegó a Schipol con un retraso de... cinco minutos.
¿Se entiende el por qué Iberia se ha estrellado?.
En la fotografía que ilustra el post, típicas colas ante un mostrador de "atención al cliente" de Iberia.
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