Mientras Hugo Chávez pasa sus últimas horas en un hospital de La Habana -en el supuesto de que aún siga vivo, algo que cada vez parece más dudoso-, en Caracas ya afilan los cuchillos chavistas y antichavistas, pero también y sobre todo, los líderes del conglomerado político, social y económico que hasta ahora ha venido dando apoyo al coronel Chávez y a su populismo verborreico, el llamado"bolivarianismo", para degollarse entre ellos.
Ocurre que en Venezuela no hay una verdadera oposición política al régimen más allá de la débil estructura electoral organizada por los sectores oligárquicos de los que el pueblo venezolano, bolivariano o no, desconfía con toda razón. Y es que el viejo sistema tradicional de partidos venezolano fue barrido con cierta facilidad por Chávez, al modo en que Berlusconi acabó con el italiano: mediante una astuta combinación de presión popular e institucional, basada sobre todo en la denuncia de la corrupción e ineficiencia del régimen político imperante en el país desde los años cincuenta hasta la llegada al poder por medios legales del coronel golpista.
Exactamente igual sucedió en Italia, con los mismos resultados: todo el poder concentrado en un líder populista (aunque no mesiánico como el americano), la destrucción de todo atisbo de democracia formal y el saqueo del país y sus recursos por una tropa de recién llegados al control directo de las áreas del poder político y económico (mafiosos y compinches financiero-empresariales en Italia, militares y neoburgueses mestizos en Venezuela). La ventaja italiana radica en que en el país transalpino existe mal que bien una oposición política de izquierdas de largo recorrido, que ha logrado renovarse y recomponerse y dar batalla en el Parlamento y en la calle; también, una derecha financiera y económica que terminó por tomar distancias con el caudillo Berlusconi y su régimen, y contribuyó de modo decisivo a su defenestramiento. En Venezuela no hay nada de todo eso.
La muerte oficial de Chávez abrirá un interregno en el cual el enfrentamiento entre los diversos jefes, familias y clanes del chavismo puede dar lugar a choques sangrientos, en los que la carne de cañón saldrá naturalmente de los sectores populares implicados en el apoyo al régimen. No olvidemos que la mayoría de los presuntos próceres de la Patria Bolivariana venezolana son militares de carrera (la mitad de los gobernadores de estados lo son, y una buena parte de los parlamentarios oficialistas), o controlan milicias armadas más o menos irregulares. El Ejército de Venezuela es hoy probablemente el más corrupto de América Latina, y no va a renunciar por las buenas a lo que ahora se llevan caliente. De paso, recuerden que esta gente lleva más de una década armándose hasta los dientes gracias a millonarias ventas de armas procedentes de países como España, sin ir más lejos.
No parece que las "previsiones sucesorias" de Chávez en el sentido de que Nicolás Maduro sea su relevo y continuador, se vayan a poder cumplir. Al contrario de lo que da a entender su apellido, Maduro es un personaje mediocre, carente de preparación y relieve y muy débil en el juego interno de poder del chavismo; por eso lo creó y mantuvo Hugo Chávez a su lado, por la facilidad con que podía manejar el títere. Dejarle al frente de la finca cuando falte el amo es correr hacia el desastre seguro, y una muestra palpable de que Chávez no confía en nadie más de cuantos le rodean.
La situación venezolana recuerda en términos históricos la muerte de Lenin y la lucha por el poder que desencadenó, y cómo quien recogió finalmente la herencia fue Stalin, el menos amado por el fundador del Imperio Soviético y probablemente la peor alternativa imaginable entre sus pares. Seguramente, también en Caracas Stalin aguarda a que llegue su hora, que ya no puede tardar. Pronto nos revelará su rostro.
En la fotografía que ilustra el post, un Hugo Chávez físicamente agotado se seca el sudor durante un acto oficial celebrado en Caracas días antes de volar a La Habana por última vez.
En la fotografía que ilustra el post, un Hugo Chávez físicamente agotado se seca el sudor durante un acto oficial celebrado en Caracas días antes de volar a La Habana por última vez.
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