Trescientos mineros han llegado a Madrid en dos columnas después de marchar a pie centenares de kilómetros desde Asturias y Aragón, respectivamente. Estos sí son 300, y no los de las Termópilas hollywoodenses: quiero decir que estos hombres cansados pero puño en alto que entraron anoche en la Puerta del Sol con la luz de los cascos encendida, son héroes de verdad, auténticos, de los que combaten a diario por todos nosotros contra ese ejército de persas que nos gobierna por delegación de los mercados. No diga neoliberales, diga ladrones sin escrúpulos; no diga Gobierno, diga lacayos con el culo em pompa.
Antes de entrar en Sol los mineros pasaron por delante de La Moncloa, a pesar de que un perrillo de guardia del Gobierno lo había intentado impedir mediante el consabido ordeno y mando. Un juez resolvió lo contrario, sin embargo. Daba igual, iban a pasar de todos modos. Iban a levantar el puño y lanzar imprecaciones contra el Cagón escondido detras de los visillos de ese palacio tan cutre como la mayoría de los inquilinos -no todos-que han pasado por él.
Luego, en la plaza madrileña y las calles adyacentes, una multitud de las de verdad, no esas postizas de las manifestaciones por la vida (sic) y otras sandeces fachoides similares, recibió y aplaudió a rabiar a estos héroes de hoy que parecen llegados de otro tiempo. Según El Periódico de Catalunya, la multitud gritaba "Sí se puede, sí se puede" al paso de los mineros. Triunfó también otro grito, maravilloso e irónico: "¡esta es nuestra selección!". Esta sí es la nuestra. Por cierto ¿dónde estaban ayer los multimillonarios de la Roja?. Pero olvidemos aquí a esas ratas amaestradas y a su circo. Momentos así vale la pena vivirlos, y retrotraen a otros instantes de emoción colectiva épica como el "¡No pasarán!" madrileño de julio de 1936 o el "¡Amnistia, llibertat i Estatut d'Autonomia!" barcelonés de 1977. El tiempo no es lineal sino circular, ya saben, y avanza hacia adelante haciendo bucles.
Gritos, abrazos, besos, lágrimas, viejísimas canciones de lucha y protesta. Miles de puños (¡izquierdos, sí!) en alto. "Madrid, qué bien resiste", otra vez. Dice El Periódico: "María, de Leganés, lloraba de emoción y los besó y abrazó, a casi todos, como si fueran sus hijos. "Son el orgullo de este país. La vanguardia de una clase obrera que está atontada y dormida", decía, luciendo una camiseta en la que había garabateado con un rotulador negro y en mayúsculas: "Con los mineros".
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